ATARDECER


"Verdaderamente, la imagen que proyectamos en nuestra mente de un paisaje o una ciudad es totalmente subjetiva. Influye enormemente nuestra predisposición, a la que desgraciadamente contribuye el marketing dominante...."









lunes, 28 de octubre de 2019

IRS: UN INSPECTOR EN APUROS





IRS: UN INSPECTOR EN APUROS 



1. AGENCIA TRIBUTARIA DELEGACIÓN ESPECIAL DE CATALUÑA



Alfonso llevaba un año en Letamendi, en la Delegación especial de Cataluña, en la Agencia Tributaria. La de verdad, no la autonómica. En su despacho de la séptima planta no recibía más visitas que las de los asesores de despachos de postín y las de compañeros de Inspección, (la de verdad, no la de Aduanas) si bien hay que decir que lo que anhelaba era visitas de compañeras. Confiaba en la tradicional endogamia del Cuerpo de Inspectores de Hacienda y en realidad creía que, tras 5 duros años de oposición, el destino le debía una novia guapa, lista, simpática e inspectora de Hacienda.


El edificio estaba compuesto de 8 plantas, pero para el personal de Inspección las plantas dedicadas a atención al público eran invisibles, de hecho reservan el calificativo de ventanillero para identificar al personal que se encarga de la gestión masiva de contribuyentes.

Sin embargo, ese día, la máquina de café de su planta estaba estropeada y tuvo que rebajarse a la primera planta, ocupada por el personal encargado de Recaudación.

En esa planta, se atendían contribuyentes y se entregaban cartas de pago. En el pasillo encontró a un antiguo compañero del Colegio.


-Joder, Montes, ¿qué haces tú por Barcelona?


Se abrazaron y comenzaron una tímida conversación, interrumpida por silencios…


Vaya, así que al final aprobaste Inspección.


Ya ves..¿Y tú? ¿NO me digas que estás en el lado oscuro?


Ja,ja…Lado oscuro.. Si los malos sois vosotros..


Sí, al final me llamaron de Baker&Mc Chicken y dejé Granada..


Bueno, me llaman….


Espera…¿te casaste..?


¿Tienes hijos?


Bueno, a ver si te llamo y nos ponemos al día.


Alfonso cumplió su promesa y llamó a su amigo Bolaños, al que recordaba por sus triples en las canastas del colegio y que ahora se había convertido en todo un señor inspector.


Por su parte, Montes había estudiado Derecho en la Universidad de Granada, y tras un magnífico currículum plagado de matrículas y sobresalientes, fue premiado por una beca para realizar un Master de Derecho europeo en la Sorbona. Esos 2 años en París pintaron su personalidad.


Su padre, prestigioso Magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, de la sala de lo civil, se sintió orgulloso por aquel premio. No le reportó la misma alegría su elección por la Fiscalidad Internacional.




2. LA NOTARÍA

En un sofá clásico de la notaría Paula esperaba sentada en un extremo del sofá con su Código civil de Aranzadi abrazado al pecho. Mientras tanto, su compañera Cristina, recostada en el otro extremo, extraía de una carpeta gastada fotocopias con Resoluciones de la Dirección General de Registros relativas a la necesidad de aceptación de la herencia en el Notariado latino.


La Notaría ocupaba 2 plantas de un emblemático edificio situado en la Calle Aribau. La decoración, que hubiera resultado austera para la vida notarial en otras partes de España, era barroca para el gusto catalán. Cumpliendo una de las incongruencias que abundan en las costumbres catalanas, el ambiente era sencillo, de modo que se debe gastar mucho dinero, pero sin que se note demasiado. Pinturas de artistas contemporáneos rivalizaban por ocupar las paredes con placas conmemorativas de seminarios y conferencias de Derecho Registral.


Cuando el reloj de pared se acercaba a las 3 de la tarde, Paula cruzó las piernas, mientras uno de los oficiales corría a pasar una póliza al despacho de firmas situado al fondo del pasillo. Empezó a lamentar haberse decidido por los tacones, cuando miraba las cómodas deportivas de color rosa que calzaba su compañera. Pero esa tarde, después de toda la semana encerrada en el cuarto estudiando en chándal, quería sentirse guapa, así que utilizó un leve toque de maquillaje, lo justo para resaltar el violeta de sus ojos y, una vez que se vio en el espejo, aprovechó para lucir su última falda que esperaba aburrida en el armario. Hojeó dos o tres artículos del usufructo y empezó a intentar recordar que le había hecho decantarse por la oposición de notarías.


En las aulas de la Calle Duquesa que ocupaba la Facultad de Derecho de Granada asistió una tarde a una práctica de civil que impartía un notario de pueblo, joven, con los ojos vivos, que ejercía en Guadix, pero gustaba de acercarse una vez a la semana a la capital para ilustrar a los jóvenes sobre herencias, capitulaciones matrimoniales y práctica hipotecaria.


Todavía en las doradas épocas del boom inmobiliario, presumía de trabajar 6 meses al año, turnándose con otro compañero en las funciones notariales. Los universitarios escuchaban sus disertaciones sobre la importancia de los instrumentos públicos con el marco del Jardín Botánico, tristemente arrasado por un incendio años después. La mayoría de los volúmenes enciclopédicos pudieron salvarse, no así la Biblioteca, posteriormente transformada por infames políticos en un lamentable edificio minimalista.


Tal vez no fuera esa la idea que le llevó a tales sacrificios, sino los personajes de las novelas de Henry James, Retrato de una dama, La heredera, situado en mansiones victorianas. Para soñar con ese status, antes había que superar los 300 temas y memorizar los artículos de servidumbres, posesiones civilísimas y usucapiones contra tabulas.


Buenas tardes, maestro.


  • Pasad, pasad, disculpad la espera, pero ya sabéis, los clientes…

Pasaron al salón reservado para las grandes firmas, escrituras con capital social de varios millones de euros. En una mesa preparada para 12 personas, Paula acostumbraba a sentarse junto a la ventana, mirando lateralmente al notario. Por su parte, Cristina se sentaba en la silla contigua a la legislación hipotecaria. Montones de libros apilados y protocolos de varias decenas de años servían de parapeto entre D. Cosme y sus alumnas.





Bueno, Paula, ¿qué temas me traes hoy?


Paula notaba cómo su corazón se aceleraba y titubeó para acabar diciendo…
Esto.. Eh.. Don Cosme, ha sido una semana difícil, hemos tenido un día menos, llevo sólo 6 temas..
  • Muy bien, ¿cuáles son?

  • El 5 de foral, la accesión, el contrato de depósito y los 3 de régimen económico matrimonial,

  • ¿Y tú, Cristina?

  • Yo me he atascado con los temas de urbanismo.. Sólo llevo los de suelo, la ocupación, y de fiscal, el IVA.

  • Bien, Paula, me cantas la accesión y Cristina, la ocupación… Tenéis 3 minutos para hacer el esquema..











domingo, 9 de febrero de 2014

HOSPITAL DE CEUTA: REGRESO AL PASADO


A las 5 de la tarde empiezo a recibir pacientes. En realidad, mi horario oficial en esta gran clínica es de 4 a 7, pero tenemos un seudoacuerdo oficioso por el que de 4 a 5 sólo revisamos los expedientes de los pacientes del día. Algunos de mis colegas utilizan ese tiempo para tomar café, ligar con las enfermeras, o quejarse de los atascos de la M-30. Yo dedico esa hora a leer mi último libro de bolsillo que escondo hábilmente debajo de la carpeta corporativa.

En realidad leía hasta que irrumpieron los smarthphones, que ni son phones ni smarts, ya que, al menos en mi caso, únicamente sirven para alimentar mi úlcera al comprobar los números rojos de mi cuenta. Mis pacientes piensan que un cirujano del área de traumatología debe estar forrado, pero lo cierto es que la nómina de seis mil euros sólo me llega al día veintidós de cada mes.

Estamos a día 20 y una vez más, me quedan apenas 300 euros en la cuenta. Eso es lo que acostumbro a gastar en la cena del viernes y en las copas. Hoy parece que tengo 4 pacientes, no, cinco, hay una urgencia. Si supero el objetivo de intervenciones quirúrgicas, tengo un bonus de 5.000 euros, no es mucho, pero me permitirá aguantar un mes sin llamar al Banco para vender algunas de las acciones de papá.

Cuando trabajaba en el hospital de Ceuta era más feliz, al menos recomendaba las operaciones que consideraba realmente necesarias, los compañeros eran más auténticos, en los restaurantes se cocinaba comida de verdad, no rellenaba cien formularios inútiles. Sin embargo, en el imaginario de mis padres, Ceuta es sólo un pueblo de África, vienen moritos de El príncipe y no estás en la clínica Q.

Vuelvo a mi despacho de Madrid, a ver si puedo sacar alguna operación, hay una señora de 45 años, trae una resonancia magnética, es vieja para hacerle una artroscopia de menisco y, en realidad, transcurridos 2 años, no creo que experimente mayores beneficios que los derivados de la terapia alternativa (fisioterapia), pero ella se cree que todavía es joven, va al club de paddle, se pinta como una concejala pepera de provincias, es curioso, todas llevan las mismas mechas rubias. Es funcionaria, póliza de MUFACE, vale menos puntos, pero aún así, llego al objetivo. Tendré que fruncir el ceño, tensar el gesto, mirar primero hacia abajo, fingiendo escrutar el informe, un folio estándar con apenas diez líneas, para luego pronunciar la frase con voz tensa:

“Para este tipo de patologías, recomendamos la cirugía”. El plural mayestático es tradición en nuestro gremio, y es cierto: nosotros recomendamos la cirugía, ¿Quiénes somos nosotros? Los accionistas de la clínica, los médicos, los cirujanos, el director que me concedió la hipoteca del ático de Marbella.

Cada vez detesto más a estas administrativas con ínfulas, esto era una clínica privada, pero desde el año 95 han ido aumentando las contrataciones de personal de marketing y administración en detrimento de médicos y cirujanos. Lo peor es que, sin ellos, no incrementarían los beneficios. Añoro los años 90, pero aún más los 70 y 60 y eso que no los he vivido, en que venían pacientes privados, o a lo sumo, jueces, catedráticos, no las marujas éstas que trabajaban en el INEM, o en Hacienda, o en el juzgado y pasean por el pueblo pavoneándose de que los vecinos las confundan con inspectoras o secretarias de juzgado.

Antes un médico ganaba unos 5 millones de pesetas, un cirujano 8 y el oficial de administración 2. No hace falta que explique que soy cirujano y como tal, llamo médico a los médicos de medicina familiar, es decir, a los vagos que estudiaron conmigo y no fueron capaces ni de aprobar el MIR.

Desde el año 95, las cosas han cambiado, la plantilla de esta clínica ha pasado de 30 médicos, 20 cirujanos y 5 personas de administración a 40 médicos, 30 cirujanos y 30 personas de administración. Lo peor es que la clínica gana más dinero y la media es de 20.000 euros para los médicos, 40.000 para los cirujanos y…el otro día publicaron que nuestro gerente gana 150.000 más beneficios, los directores de planta 120.000 y los técnicos 80.000.

Es deprimente pensar que cada vez tenemos menos peso en la clínica, nadie nos consulta nada, no he visto al gerente en 5 años, ni tan siquiera al director de planta. Lo cierto es que los desprecio, me parecen parásitos que se lucran con mi trabajo.

¿Hago pasar a Marisa?

Eh, eh, 5 minutos, estoy repasando un expediente… estas chicas, las auxiliares de planta hacen turnos de 12 horas de lunes a sábado..

¿Marisa? ¿Ah, la administrativa “bajitasiemprecontacones” que juega al paddle?

Ésta es la mía, rostro compungido, le suelto el papel encima de la mesa para que firme y ya tengo cubiertos los objetivos. Le contaré que el deporte es muy importante y que perdería mucha estabilidad con el menisco dañado. Terapia: Menistectomía.

 

 

 

 

 

 

jueves, 26 de julio de 2012

DIARIO DE UN MAESTRO RECORTADO


              
  
Me llamo Francisco, tengo 42 años y soy maestro. Me acaban de bajar el sueldo un 5%, otro 5% adicional después de la rebaja aplicada por el Estado. En realidad, soy profesor de literatura, pero siempre me ha gustado más la palabra maestro. No voy a aburrir más con la diferencia entre el origen etimológico de magister (de magis), y su primacía sobre el vocablo que da lugar a la actual palabra ministro (de minus). Para eso está internet, google, facebook y la madre que los parió.

Y escribiente aficionado, “escribiente”, escriba, otra palabra olvidada. Pocas cosas me llaman la atención, y una de ellas es la riqueza del español, como en los pequeños pueblos la gente casi analfabeta es capaz de rescatar del rincón del desván vocablos de otros siglos, casi sin querer.

Recuerdo aquellos años lejanos en que mi padre me “aconsejó” que preparara oposiciones, un trabajo seguro, decía. “Lo que nunca va a faltar son supermercados, funerarias y bancos”, lo que el pobre no sabía es que los bancos nos iban a mandar a la funeraria.

Estudiaba en una biblioteca de Guadix. Todas las mañanas me levantaba a las 8 y tras el aseo y un café cargado, caminaba durante 15 minutos por la Avenida que conduce a las angostas calles que desembocan en la Catedral. En una calle paralela a la Escolanía me esperaba como pintada en la plaza una biblioteca, de tamaño descomunal en relación al municipio y  D. Enrique, que era  el único miembro de la plantilla antaño formada por 10  personas.

Solía quedarme esperando en el café Dollar, inyectándome el segundo café de la mañana. Aquel antro, con olor a champiñones aceitosos y cerveza viril, sólo tenía de café el nombre, ya que los vapores alcohólicos flotaban en el ambiente. Me apoyaba estratégicamente al fondo de la barra, de forma que   por la ventana, al fondo de la Plaza San Francisco, divisaba a  D. Enrique, que con paso cansino, aún con restos de legañas en sus ojos, dejaba escapar sonidos guturales, que sin duda escondían improperios contra aquel muchacho que, a la hora tan “temprana” de las 9 y media de la mañana, osaba molestarle esperándole en la puerta para que abriera.



-¡Buenos días!
-¡Buenas!

    De su bolsillo, con parsimonia, y como si iniciara una solemne ceremonia, extraía un enorme juego de llaves del cual destacaba una rotunda clave que abría la puerta del antiguo manicomio mudado a biblioteca (bien mirado, tampoco hay tanta diferencia entre los que habitan uno y otro negocio).

    Sin duda, era mucho más gratificante  estudiar en invierno. Desde la segunda planta, aún con el frío sólo mitigado por una de esas ineficientes estufas de aceite, tenía la perspectiva de iglesias nevadas y minúsculos hombrecillos emprendían la subida por las empinadas cuestas del centro. Aunque sólo fuera por el olor a leña quemada merecía la pena el paseo.

    Abría los apuntes y me enfrentaba a Alberti, Machado y compañía, algunos me eran más simpáticos que otros, pero al final del día, totalmente agotado, me producía el mismo odio la siniestra perífrasis que el más bello y sonoro verso.

Los días de preparador eran más emocionantes, los animaba la aventura de coger la autedia, sacar billete y compartir viaje con las malolientes gitanas de enorme trasero y podía pasar muy buenos ratos repasando a Miguel Hernández mientras disfrutaba de conversaciones animadísimas sobre si la paya Antonia era o no más guarra que la Toti. Imagino que compartirían  autobús conmigo los futuros guionistas de engendros televisivos tipo Sálvame o compañía.   

    Muchos días, a las 9 de la noche, cerraba la carpeta y dudaba entre tomar una cerveza o un ibuprofeno. Siempre pensé que la cerveza tenía más propiedades analgésicas, pero estos cabrones de los médicos con tal de joder…

    Ahora, con un gasto farmacéutico de 900 millones de euros..AL MES..me he dado cuenta de que he contribuido con mis estudios, dolores de cabeza y consumo de medicamentos a la destrucción del Estado de Bienestar (estaba claro que era bienestar para las farmacias y visitadores) y que esos comprimidos efervescentes han ido disolviendo el presupuesto disponible para otras partidas como la  Educación.


domingo, 19 de febrero de 2012

DESPERTAR

Aquella noche hacía mucho calor. El viejo y gastado asfalto del Camino de Ronda despedía fuego.En aquel ferragosto granadino no quedaban muchas opciones. Y menos para él, sólo le quedaba dejar pasar la noche sentado en una de las sillas de la pequeña terraza de aquel apartamento.Aquel ático urbano ni siquiera tenía bellas vistas, al fondo la autovía, si desplazaba la mirada más abajo, un pequeño grupo de rumanos ilegales acampados y conectados a la luz eléctrica de la comunidad mediante una maraña de cables.Con el paso de los años, la calle Arabial ya casi ha adquirido el calificativo de  céntrica, pero sin duda le queda mucho para alcanzar el encanto y las vistas del Serrallo.

La rutina era siempre la misma,cambiaba el pijama por el bañador, se sentaba sin camiseta en la silla plegable que utilizaba en los campings,desplegaba un pulcro mantelito con dibujos de South Park, extendía la gran mesa de plástico blanca y se servía un gran vaso de whisky con hielo y una bolsa de Ruffles acompañadas de un bote de aceitunas.

Al cabo de 4 ó 5 whiskies aspiraba a conseguir la satisfacción de sentirse derrotado, tener lástima de sí mismo y disfrutar de la tristeza.La tristeza sabe más dulce con el tercer etiqueta negra y la música de "Charlotte sometimes", aunque surja de una mugrienta cinta de VHS, suena mejor que el coro de los ángeles.Sólo hace falta dejarse llevar, el alcohol hará su efecto y poco a poco despejará la espesa capa de niebla creada por la desesperación. 

Apuró el último sorbo del primer whisky mientras pensaba:

"ya han pasado 37 días..."
- Coño, se me ha olvidado sacar el hielo...

Se levantó y arrastrando los pies, se acercó a la barra de aquella cocina office y abrió el congelador:
- Joder, ya se me ha olvidado comprar el puto hielo.

El local más cercano era una cafetería denominada Amazonas. Mientras bajaba por el ascensor,se sentía muy mal,tenía miedo, un agudo dolor le aprisionaba el pecho, aquel simple olvido del hielo  presagiaba algo terrible. Aquella cafetería-restaurante-pub, sin embargo, era lo más parecido a un hogar que había disfrutado en los últimos años. Allí desayunaba, saludaba al dueño y aunque rara vez pasaba al amplio restaurante que se abría al otro extremo del establecimiento,cuando se sentía muy cansado comía en el extremo de la barra. 

Al despertarse el trigésimo octavo día,(¿el trigésimo octavo día de qué?) permaneció inmóvil durante una hora sin atreverse a abrir los ojos. Sólo sentía una angustia terrible, la cabeza  estaba a punto de estallar, sus ojos eran 2 globos inyectados en sangre, recordaba aquella opresión en el pecho en el ascensor. Aquello le sucedía con cierta frecuencia, acostumbraba en otros tiempos a llegar a casa borracho, con lagunas en su memoria, incluso a veces, tambaleándose, cogía las llaves del coche y regresaba a casa.

Recordó que volvió a casa solo, que vomitó en la esquina del portal,que se sentó en la esquina de la cama y que se comió un shawarma que rescató de la nevera. Quizás no cogió aquella noche el coche. Un poco más tranquilo, abrió los ojos. Sin embargo, la primera imagen que percibió en su habitación probaba que aquello era imposible.  
  

miércoles, 28 de diciembre de 2011

CAMINO A LOS MARISTAS


 
 
En el centro de Granada, en la calle de los Maristas, convivían pequeños burgueses en pisos ruidosos, antaño elegantes y hoy instalados en un paisaje decadente que deambula entre el incierto presente y el añorado pasado. Esa calle, llamada Carril del Picón es el escenario en que se conocieron Ignacio y Dani, de camino al colegio. Ambos eran frágiles, la educación marista les había alimentado de anticlericalismo, producto que, mezclado con inseguridades, timidez y desarraigo había formado un cóctel explosivo que les condujo a una infancia y adolescencia perdida, sin rumbo, melancólica, caótica.

En el colegio habían sido incluidos, un poco a su pesar, en la categoría de empollones. Pese a ello, y a tener varias cosas en común, la división del azar que muchas veces ordena la vida les había separado en aulas distintas. Una tarde, una vez más, el azar, en forma de muchacho delgado, destartalado, larguirucho, con gafas enormes, soñador, imaginativo, artista en potencia, les hizo compartir una tarde de aquello que terminó en llamarse botellón.

Hola, Ignacio, este es Dani, ya lo conocerás, un tío de puta madre….
Hola, ¿qué tal?- Ignacio estrechó su mano sin entusiasmo.
Supongo que os conocéis de los Maristas.
Sí, me suena su cara.

Javier, aquel muchacho larguirucho, completó su misión contando unas historias divertidas, desordenadas, increíbles, que Ignacio escuchó con indisimulado escepticismo.
Aquella tarde, junto al portal de un piso cualquiera de la calle Carril del Picón se inició una amistad que duraría mucho tiempo y, quizás fue el inicio de un grupo de amigos que fue consolidándose con el paso de los años.
Un día, en aquel mismo portal, en las tardes de agosto, del agosto granadino que endurece las almas de los autóctonos y que adormece, creando un clima de somnolencia y de ansiedad, que forma parte del escenario de esa bella ciudad, se encontraron Ignacio y Javier y ocuparon una de sus tardes de verano en esperar a Dani que, a las 8 de la tarde, se acababa de despertar de la siesta.
  • ¡Qué cabrones sois! ¿Quién os ha mandado despertarme?
  • Son las 8 de la tarde.
  • ¿Y qué? ¿Qué quieres decir con eso?
Una vez calmado, Dani intentó explicarse:
  • El cabrón del vecino, el fontanero, que se ha echado de novia una puta, pero no le llamo puta como insulto, sino como profesional.
  • ¿Y qué pasa? ¿Te despiertan con los polvos?
  • ¡Qué va! Si sólo fuera eso, la tía pega unas voces increíbles, le insulta, le tira cosas, creo que el otro día la plancha no le alcanzó de milagro. Entre sueños, nada más que oía…¡Juan, Juan!, cabronazo..
  • ¿Juan? Qué casualidad, se llama como el que viene a mi casa. ¿Cómo es?
  • El cara rana, le decimos.
  • ¡Coño! Entonces es ése, con una cara de borracho que no puede con ella.
Ignacio, después de una larga conversación, empezó a descubrir en Dani esa cualidad tan poco común de encontrar la frase exacta para cada situación. Además le gustó su espíritu inquieto, bohemio y rebelde con un suave toque de ternura.
Aquí empezaba la historia interminable de una "juventud sin valores", cualidades que describían a la perfección a dos nuevos personajes que siempre estarían en mi vida, pensé.
Cambiaron el colegio por Universidades mientras seguían siendo amigos, con todo lo que ello conlleva, vagando por el mundo o mejor dicho por carreteras a altas horas de la madrugada con cierto grado de alcohol en nuestras venas, conversaciones absurdas pero Dani siempre tenía la sensatez que le caracteriza para colocar la frase correcta en el momento oportuno, Javier sin embargo vivía en su mundo, hablaba con tal tranquilidad que Ignacio y Dani ya habían cambiado de tema por la embriaguez típica de nuestra edad.
Pasado el tiempo, todos tomaron su camino, que les condujo a ciudades diferentes aunque se veían con mucha frecuencia.
  • Chato, este fin de semana voy para Granada, ¿quedamos donde siempre? Preguntaba Ignacio a Javier
  • Imposible, contestó Javier, he conocido a la mujer de mi vida.

viernes, 28 de octubre de 2011

CUENTOS INFANTILES

Es evidente que el sueño de la razón produce monstruos. En el discurso de Zaratustra destaca una frase: "Un hombre que no duerme bien es, probablemente un imbécil: ¡Huye de él! Las personas que más detesto son los serenos, que pasan la noche en vela, incordiando con sus linternas."
Ayer tuve que prescindir de la siesta. Por tanto, pido anticipadamente perdón por mis ocurrencias, seguramente influenciadas por la falta de sueño. Pero, lo que es aún peor, sustituí la sagrada siesta por una tarde en un centro comercial de la periferia de Málaga, paradigma de la economía de mercado en que estamos instalados. Tales lugares, destinados a satisfacer el mal gusto de la clase media norteamericana, a la que, tristemente, intentamos imitar, proliferan en mi entorno.
El imperio americano, hoy en horas de declive, ha vencido en su cruzada salpicando de mal gusto a toda una generación. Seguramente, el imperio chino, sucesor del americano y al que ya ha derrotado por la vía de la economía, nos impondrá su cultura y Sidharta sustituirá a Madonna como icono social.
Después de adivinar la salida de la tercera rotonda y aparcar junto a una hamburguesería (lógicamente de un color rojo americano chillón), recorrí unos cientos de metros por la vereda de diversas franquicias. Me detuve en una tienda de libros usados, bueno, más que una tienda era un tenderete de mercadillo. Me llamó la atención que entre 124 tiendas, no hubiera lugar para una triste librería o, al menos, algún lugar para comprar prensa.
No obstante, después de tantas tiendas vacías, de modernos baños domóticos y de cines inmensos, el final del camino me deparó una agradable sorpresa: escondida al final de las tiendas esperaba un bello atardecer sobre la Sierra de Málaga. Una orgullosa montaña se erguía sobre un fondo de Mediterráneo levemente apagado por el crepúsculo.
Verdaderamente, la imagen que proyectamos en nuestra mente de un paisaje o una ciudad es totalmente subjetiva. Influye enormemente nuestra predisposición, a la que desgraciadamente contribuye el marketing dominante que, al igual que nos vende una plancha, es capaz de vender como paraísos sitios cutres, infectos y totalmente vulgares.
Hay otro matiz que debemos tener en cuenta: se echa de menos la tierra propia y la evocación retrospectiva de los momentos vividos en ella, enaltecida por la distancia, suele ser más gratificante.
De forma impertinente, me despertó de mi abstracción el sonido imposible de un avión, que parecía que iba a aterrizar encima de las cabezas de los estúpidos niños americanos que no paraban de chillar a mi lado.Reconozco que normalmente no presto atención a los videojuegos, de hecho creo que ya ni se les llama así, pero a través de un escaparate de Nintendo creí divisar un muchacho, llamado humano, que, encerrado en un laberinto, intentaba escapar.
El muchacho "humano", sudoroso, alcanzaba la salida de la primera fase y, saltando de alegría, gritaba:
-¡He ganado! ¡He ganado!
-¿Qué has ganado? Le preguntaba otro "humano"
-La entrada para un Seat Ibiza…
Con aire condescendiente, el otro "humano" le contestó:
- ¡Bah!, yo he llegado más lejos, a la tercera fase.
-Sí, ¿y qué te han dado?
- Una tarjeta de Mercadona
- ¡Ja,ja! , te han engañado, eso me lo dieron en la primera fase, después del móvil prepago de Yoigo.
- Sí, pues yo más, he logrado salir del laberinto.
- Sí, ¿y qué te han dado?
-Es curioso, la gente se reía de ti y te veían como un bicho raro.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

EL HOTEL

15.-EL HOTEL

Mientras tanto, Ramón y Fer empezaron a instalarse en el hotel, 2 plantas más abajo. Ramón, con cierta tendencia a encerrarse en sí mismo, inició un particular viaje en el que repasaba su vida. Su fracasado matrimonio ya no le pesaba tanto. Aunque aún quedaba algo de agitación preocupada o de preocupación agitada, todo le parecía más lejano, el dolor era más débil, como esa fiebre que va bajando y casi nos parece agradable comparada con el fuerte dolor inicial.
Vestido todavía con su camisa bien planchada adornada del inseparable caballito de marca y sus impecables pantalones de algodón, sentado en una pequeña butaca de la fría habitación, pensaba en cambiarse de ropa como si ese cambio de camisa implicara algo más, como si la mudanza a camiseta rebelde le pudiera inyectar ciertos aires de culpabilidad.
Por el contrario, Fer, de ojos vivos, tez pálida, a ratos nervioso, y aparentemente más vital y cargado de ansiedad, que empezaba a dejar de ser aquel chico rebelde, abrió atropelladamente la puerta de la habitación, y sin perdonar 3 ó 4 insultos a la tarjeta que permitía su apertura, comenzó su particular recital de quejas sobre los diversos fallos de la fría estancia.
-¡Joder, que cuadro más feo!
( en ese momento Ramón ni siquiera le escuchaba)
Fer inició un nostálgico relato sobre sus clases en la Universidad, aquellos cafés interminables en la "cutrefetería" de la Complutense, en los que sus conocimientos de poker le permitieron ascender en la escala social. En aquel pequeño universo de la Facultad ya no era el chaval bajito que vivía cerca del Retiro, sino el segundo en el campeonato de poker universitario, hazaña que le permitió integrarse con gañanes de diversas procedencias, dándole la llave de las discotecas más populares.
Él siempre creía en la superioridad del artista como cualidad en sí misma intangible e incalculable. Aunque no dejaba de ser pijo, sus polos de cocodrilitos no le impedían repetir que su única aspiración en la vida era tener el dinero suficiente para dedicarse a sí mismo, a sus viajes, o a su novela, crónicas como él las llamaba. En realidad, no hablaba del dinero suficiente, hablaba de un trabajo, ya que en su mundo infantil creía que trabajar le proporcionaría dinero.
De aquella época añoraba las salidas nocturnas por Malasaña, en las que, tras dejar a la novia en casa, aún regresaba a los garitos a consumir los últimos cigarrillos. En uno de aquellos antros conoció a Ramón, también fanático del rock inglés, si bien el destino les llevó por caminos muy distintos.
Aunque ahora parecían muy distintos, compartían el gusto por el rock, con mucha guitarra pero más bien tranquilito, el desdén por los marginales y una cierta tendencia al facherío poco edificante. Estos gustos les llevaban a dedicar algunas noches a comentar las tertulias de Intereconomía, entre cubalitros de calimocho, o minis en la terminología madrileña, ante el asombro de los heavies borrachos.
Ambos se veían en la madurez de los treinta casados con hijos. En la universidad, Fer seguía con su novia de toda la vida, una rubia bajita con ojos alegres y culo respingón. Por su parte, Ramón empezaba a utilizar el atractivo de sus patillas para encandilar a las incautas muchachas.
- Fer, tío, he estado hablando con Cris.
- ¿Quién es esa tía?
- Joder, la rubia que se sienta a tu lado.
- Ah, la de los cocos, está buena, ¿eh? ¿ has atacado ya?
- No sé, tío, estuve hablando con ella una hora por lo menos.
- Coño, entonces fijo que quiere rollo, si te ha aguantado la chapa una hora..
Mientras Fer dejaba que la brisa de la nostalgia invadiera la habitación, Ramón contemplaba desde la ventana las palmeras que ocupaban el paseo marítimo.
  • Tío, Ramón, despierta, no dices nada..
  • Sí, sí, perdona, qué tiempos aquellos…
Fer se sentía más preparado por haber vivido en una gran ciudad, por poder llamar paletos de provincias al resto, él, que nunca dejó de ser un chico de pueblo. No hay tantos kilómetros de Toledo a Madrid y puede que el glamour toledano los supere ampliamente, pero no es lo mismo, en según qué escenarios, decir que eres de la capital, o al menos eso creen ellos.
Por su parte, Amparo, la hermana de Ricardo había dejado atrás aquellos días en que la llamaban 5 ó 6 chicos por la tarde. En aquellos días felices, su ocupación consistía en ver una telenovela en el salón, Cristal, o algún otro telefilme y dejar pasar las horas en el sofá esperando que sonara el teléfono.
La rutina era siempre la misma, a la llamada del primer chico se levantaba, a la tercera llamada la madre simulaba quejarse aunque en el fondo envidiaba esa adorable juventud. Esta vez, la segunda llamada de la tarde, en la que arrastró el cable del teléfono para poder cerrar la puerta de su habitación y encontrar un poco de intimidad, procedía de su amiga Inma.
  • ¡Hola, guapa!
  • ¿Qué tal?
  • ¿Vas esta tarde al Pétalos?
  • No sé, es siempre lo mismo, ¿no?
  • Tía, ¿sabes quién ha venido este finde?
  • ¿Quién?
  • Fran, el chico moreno de Granada, el amigo de Ricardo.
  • Ah, sí, ya sé quién es.
  • ¿Sabes qué me dijo?
  • ¿Qué? Alguna tontería, seguro..
  • Dijo que se acordaba de tus ojos.
  • Su rostro se iluminó, despojado ya de las manchas de soledad, y de repente retrocedió en el tiempo a los 17 años, pero guardó la compostura suficiente para disimular : Sí, es como.., no sé, interesante…
  • Sí, ¿tú crees?
  • Pero, ¿te lo vas a tirar esta noche?
  • Jo, cómo te pasas..
Al colgar el teléfono percibió que ya no tenía 17 años y que no estaba en el salón de casa de sus padres, ahora era una mujer de treinta años que se acababa de separar, con un hijo de 7 años y una hipoteca para toda la vida. Pero aquella llamada le había devuelto a la juventud, no sabía por qué, pero algo cambiaba. La habitación pequeña había dejado de ser enemiga, ya no era el cuarto de la plancha, era el vestidor, y por primera vez en mucho tiempo tenía ilusión en ver qué ropa tenía al fondo del armario.
Ella se imaginaba su vida como aquellas películas en las que el chico la recoge en un descapotable y le lleva al cine de verano bajo la luz de la luna. El chico podía cambiar, quizás el cine, quizás el coche, pero ella siempre estaría guapísima, con un vestido de fiesta y en un escenario perfecto.